Prácticamente desconocido fuera de la Región de La Araucanía, este parque nacional regala a sus visitantes una postal inigualable de coigües, araucarias y lagunas cubiertas en esta fecha por un manto de nieve. Un escenario exquisito que premia con creces los esfuerzos, que no son pocos, de quienes se animan a descubrir este mágico rincón de Chile.

Varios, al oír el nombre de mi destino, me preguntaban: “¿Huerqué…?”. Y es que a pesar de que el Parque Nacional Huerquehue está entre los más visitados por los extranjeros, no corre la misma suerte con los turistas nacionales. Siempre queda opacado por otros destinos como Malalcahuello, Conguillío o el volcán Villarrica. Sin embargo, yo estaba empeñada en conocerlo. Había visto unas fotos de gran belleza.

Así que partí.

El pronóstico del tiempo anuncia una mínima de -4 y una máxima de -2. Y una suave pero persistente lluvia cae sobre Pucón, lugar donde me estoy hospedando. “¿Qué hacemos?”, me pregunta mi compañera de expedición, residente en esta zona desde hace poco más de un año. “Debe estar todo nevado allá arriba”, comenta la chica que atiende en la hostería, agregando un elemento más de duda.

“Lleguemos hasta podamos, por último nos devolvemos”, digo al fin, más motivada por el entusiamo que por el sentido de realidad. Así que después de un desayuno muy orgánico y huevos de gallinas felices, nos disponemos a partir. Echamos en el auto arrendado nuestra colación de panes integrales y jugos de manzana recién hechos.

Tomamos la ruta hacia Caburgua. La lluvia persiste. De acuerdo a la guía caminera, pasado el km 21 se podría apreciar una linda vista al volcán Llaima… en un día despejado, claro. La carretera, si bien es asfaltada, presenta tal cantidad de baches que impone una concentración extra. Después veríamos varios letreros en la vía denunciando la situación (con el original hashtag “#caminos como el hoyo”, con campaña en Facebook incluida).

El bosque

Una caseta y un mapa anuncian la entrada del parque. El camino, ya de tierra, se convierte en un verdadero jeep fun race o carrera de obstáculos entre las pozas de agua y barro. Algunos caminantes comienzan a aparecer, junto con un buen número de construcciones que llama nuestra atención. De pronto se interpone un curso de agua y comprendemos que es imposible seguir avanzando. Así que estacionamos lo mejor que podemos y nos disponemos a comenzar nuestra caminata.

Nos sorprenden los árboles, especialmente un arrayán de madera rojiza y ramas onduladas. De pronto aparece, como un verdadero gigante, un coigüe enorme y añoso de varios metros de altura, cubierto en su corteza por un verdadero “colchón” verde, compuesto de líquenes, musgos y helechos en miniatura.

Un letrero anuncia que deberemos recorrer un sendero de 5 km hasta las lagunas, el plato principal del parque (y luego, desandar los mismos 5 km de vuelta). Mientras la lluvia se va haciendo más suave, comienzan a aparecer unos manchones de nieve y el bosque se va haciendo más denso. Altos y esbeltos coigües, más jóvenes que el de la entrada, se elevan con sus rectos troncos hasta casi tocar el cielo, dando paso a un hermoso bosque de mañíos con su característica corteza rojiza. Entre medio aparecen tepas, avellanos y lingues.

Lo que el cartel no dice es que hasta aproximadamente la mitad de la ruta deberíamos lidiar con el barro, poniendo a prueba toda nuestra capacidad de equilibristas. A falta de bastones, un par de coligües secos se convierten en el mejor aliado.

La nieve

El sendero comienza a ascender entre las montañas y se va haciendo cada vez más curvilíneo. De pronto un mirador, aproximadamente a mitad de camino, permite ver el lago Tinquilco en todo su esplendor, rodeado de vegetación y montañas. Quedamos maravilladas con la vista. Seguimos subiendo y el lodo da paso a la nieve, esa que en la zona central se ha hecho esquiva y que aquí, en la Región de La Araucanía, abunda. Una nieve densa y resbalosa presenta un nuevo grado de dificultad en la ruta. Más adelante, un largo tramo de escaleras, que en condiciones normales facilitan el ascenso, se convierten en una verdadera trampa mortal. Hay que hacer grandes esfuerzos para mantenerse en pie.

No somos las únicas. Varios excursionistas tratan de desafíar las leyes de la gravedad. Sus acentos variados dan cuenta de que nos encontramos en una zona eminentemente turística, aunque más tarde, de vuelta en Pucón, el dueño de un hostal y restaurante se quejaría de la baja de pasajeros en las vacaciones invernales de este año, fenómeno del que responsabilizaría a las intensas lluvias y los escasos días buenos para disfrutar de los centros invernales.

Casi sin darnos cuenta aparecen las altivas araucarias, las que desprenden una belleza casi prehistórica, atávica. Y ante ellas, las aguas de la laguna Chica recogen su reflejo, como un espejo rodeado de nieve. Imposible no detenerse a admirar el paisaje. Seguimos ascendiendo por el sendero cada vez más empinado. Las manos se congelan y el aire casi quema la piel.

La perseverancia tiene su recompensa. De pronto, al final del sendero, aparece ante nuestros ojos la llamada laguna Verde, ahora completamente blanca. Una gruesa capa de nieve la convierte en una gran explanada congelada. Es como estar en la Era del Hielo. Como si de pronto todo se hubiera detenido en el tiempo. Sólo se sienten el viento gélido y el silencio… Es mágico.

Los excursionistas

El instinto de supervivencia nos insta a comer rápidamente, sacar apenas un par de fotos y partir antes de que los labios se pongan más morados… Aunque no podemos evitar desviarnos y caminar los 100 metros que nos separan de la laguna Toro, otro manto congelado. Hasta los juncos, que en días veraniegos deben estar justo al medio del agua, aparecen atrapados en el hielo.

Si el ascenso fue desafiante, el descenso resulta derechamente complejo. La nieve, completamente lisa, convierte el sendero en un verdadero tobogán. No queda otra que irse al suelo y dejarse deslizar, como en un resfalín. Es preferible un pantalón mojado que una caída prácticamente segura. Una pareja que va un poco atrás nos imita. Risas.

Hasta que aparecen las escaleras congeladas y el barro otra vez. “Debemos estar en la mitad del camino”, dice mi compañera de expedición. Siento que no vamos a llegar nunca de vuelta. Unas gotas de agua comienzan a caer, haciéndose cada vez más copiosas. De pronto, justo delante nosotros, una señora se cae como en cámara lenta en un charco de lodo. No podemos hacer nada para evitarlo. Sólo ayudar a levantarla. “Segunda caída”, dice resignada.

Seguimos. Y el frondoso bosque nos premia protegiéndonos de la lluvia. Nos llenamos de la energía de esos árboles repletos de vida. Unos sonidos, como de pájaros llamando a su madre desde el nido, nos hacen detenernos. Luego mi compañera descubriría que se trataba de un eupsophus, una especie de anfibio o rana endémica de Chile.

De pronto van apareciendo los manchones de nieve que vimos al comienzo y, por fin, llegamos al inicio del sendero. Entonces me inunda esa satisfacción incomparable del logro alcanzado. El auto nos entrega todo el confort de la modernidad, incluyendo un lugar seco y unos chocolates que renuevan las fuerzas.

Es hora de volver. En la vía nos reencontramos con algunos de los caminantes que vimos en el sendero. Y de repente una señora nos hace dedo. Es la misma que habíamos visto caer. La llevamos con gusto. Nos agradece y nos cuenta que la espera un bus junto a la caseta del guardaparques. “¿De vuelta a Pucón?”, le pregunto. “No. Regresamos a Santiago. Vinimos por el día”, responde. Entonces me cuenta que pertenece a un grupo -“Chile sorpréndeme”-, que viajan el viernes por la noche en un bus que los deja en la entrada del parque, hacen el circuito de trekking y luego regresan a la capital. Y hacen lo mismo a lo largo y ancho del país.

Dejamos a la señora con sus esforzados compañeros. Una comida caliente nos espera en Pucón. La lluvia es intensa y sólo puedo sentirme afortunada de la clemencia del tiempo por unas horas, las únicas de ese fin de semana. Vuelven a mi mente la belleza de las lagunas congeladas y del bosque encantado, y la sensación de que todo es posible. Entonces se me viene a la mente una palabra: “akun”, que en mapudungun significa literalmente “llegar”, pero que también encierra un concepto: volver de viaje. Con todo lo que ello implica.

Fuente: LA TERCERA