Sudelia Ernestina Llancafilo Cayufilo tiene 72 años y está convencida de que en su huerta no entran plagas porque lo primero que planta cuando se inicia el período de siembras es una cruz, a lo que añade una rogativa especial. Ella cree que ésta es la razón de que sus hortalizas no sean atacadas por algún mal bicho y si por esas cosas del destino alguno llega a colarse será alejado o morirá en un dos por tres con el agua de ajo o de ruda que ella no demora en lanzarle encima.
Sus técnicas vienen de sus abuelos, bisabuelos y de todos los ancestros de su comunidad Juan de Dios Ancamil, ubicada en la cordillera pehuenche, a unos kilómetros de Curarrehue, en la Región de La Araucanía, donde vive desde hace 40 años. Son técnicas que aprendió primero en la localidad de Quiñenahuin, desde donde emigró detrás de su lonko y marido. Hoy su trabajo es reconocido como parte del patrimonio cultural que hay que cuidar, junto con el de otros pequeños agricultores y habitantes de ese territorio que fueron escogidos para integrar la Red Nacional de Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Nacional (SIPAN).
El proyecto SIPAN, iniciado por el Ministerio de Agricultura a fines de 2014 fue lanzado oficialmente esta semana en Curarrehue. Se trata de un trabajo intersectorial liderado por la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA), INDAP y las seremis de Agricultura. Cuenta con el apoyo técnico de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el co-financiamiento del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF) y con la CONAF y el Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto (CIHDE) como socios.
En la actualidad hay 36 lugares en el mundo que cuentan con el sello que certifica que son territorios considerados Sitios de Importancia Agrícola Mundial (SIPAM), de los cuales dos se encuentran en América: uno en Perú y el otro es el archipiélago de Chiloé, en nuestro país. En esta red nacional, paso previo para obtener la certificación mundial, ya se identificaron dos grandes territorios que cuentan con las condiciones para ser postulados al sello mundial: las macrozonas alto andina y cordillera pehuenche, que comprenden 12 comunas de cinco regiones (Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta, Biobío y La Araucanía).
Cuidando la biodiversidad
La familia de doña Sudelia y sus vecinos forman parte de la macrozona cordillera pehuenche, ya que no sólo tienen un patrimonio cultural ancestral, sino que trabajan la tierra cuidando la biodiversidad, tal como lo hacían sus antepasados: usando el guano animal como fertilizante, aplicando insecticidas naturales y preocupándose de mantener y aumentar aquellas especies que están en peligro de desaparecer. En su predio tiene desde ajos chilenos y ajíes cristalinos hasta chalotas, esa especie que sólo se da en huertos familiares del sur con características de cebolla y ajo.
Su huerta es variada y en ella conviven las hortalizas con la maleza. La explicación es sencilla. Luis Gunckel, jefe de área de INDAP Pucón, dice que “pareciera que es un predio descuidado, pero se trata de una técnica donde la maleza permite conservar la humedad de la tierra. Ella hace conservación total del medio ambiente, no sólo por estas formas de cultivo, sino porque además cada año rota las siembras en su terreno”.
Pero doña Sudelia va más allá. En pequeños papeles está haciendo envoltorios con semillas especiales, haciendo rescate de aquello que se puede perder. “Escojo los mejores productos y los guardo para semillas. A veces las vendo en frasquitos y otras veces las llevo al trafkintun (encuentro para trueque) y las cambio”.
Forestación nativa
Las tierras de esta familia poseen además una parte de montaña, donde se hace senderismo como parte del turismo rural, el que es administrado por su hijo Aimer Ancamil Llancafilo, lonko de la comunidad Juan de Dios Ancamil. Un lonko que no quería ese honor cuando murió su padre, porque no se sentía preparado, entre otras cosas porque no domina la lengua mapudungun. Pero su comunidad igual lo escogió hace ocho años y ahora tiene la responsabilidad de cuidar “el mapu (tierra)”. Una tarea que aplica en el bosque, por donde conduce a turistas, y en la cual está haciendo desde algún tiempo reforestación de especies nativas que están en peligro de extinción, como el lleuque o uva de la cordillera -una conífera nativa de las zonas precordilleranas de los Andes entre Chile y Argentina-, el boldo, arrayanes, canelo y otros tipos arbóreos.
Aimer precisa que por todas estas razones el proyecto SIPAN “es una oportunidad de preservar nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestro mapu”.
Autor: Sonia Rivas – INDAP